domingo, 28 de noviembre de 2010

1º PREMIO GÓNGORA - MARÍA BEUNZA

LECTURAS

Aquella conversación me sorprendió mucho y sigo pensando en ella; no he podido quitármela de la cabeza en todo el día. Si bien es cierto que Long John Silver nunca me había gustado –había algo siniestro en él, con aquella pata de palo y ese loro del que jamás se separaba- nunca habría imaginado que llegaría a organizar un motín a bordo con tan crueles propósitos.
Yo me encontraba en el interior de un barril de manzanas en la bodega, junto al nuevo grumete, y desde allí lo oímos todo. Tenían planeado matar a todos los hombres honrados de la tripulación con el único fin de encontrar un tesoro. Probablemente, también nos matarían al grumete y a mí. Yo temblaba, presa del miedo; temía que nos descubrieran. De pronto, oí pasos que se acercaban, y alguien me rozó el hombro, haciéndome chillar:
- Perdone, señorita, pero vamos a cerrar.
Pestañeé, desconcertada, cegada repentinamente por la luz. Estaba desorientada. Observé a mi alrededor con curiosidad. Me hallaba en una sala de enormes dimensiones, cuyas paredes estaban cubiertas de altísimas estanterías llenas de libros. Y de pronto lo recordé todo.

Había sido un día espantoso. Los problemas habían surgido sin descanso, y tuve que resolverlos todos yo. Debía, además, realizar varios trabajos de investigación, y necesitaba tiempo para comprarle un regalo a mi hermana, que cumpliría años en unos días.
Llovía a cántaros cuando me acerqué a la biblioteca, resoplando porque el paraguas no había sido capaz de evitar que me empapara, lo que no contribuyó a mejorar mi humor.
En la biblioteca hacía un agradable calorcito. La luz era tenue, dorada. El sonido de mis pasos se hundía en el silencio reinante.
Me dirigía hacia la zona de investigación, pero me detuve a medio camino. Mis ojos habían captado, entre todos aquellos libros, un título en concreto. Me acerqué lentamente, con precaución. Aquel libro evocaba recuerdos muy felices de mi infancia, de cuando recorría el mundo sin preocupación alguna.
Lo rocé con cuidado, con la punta del dedo. La cubierta, antigua y desconchada, era suave. Mis dedos, presionados contra ella, sonaban como los pasos de unos pies a la carrera, o como las notas, graves y profundas, que entona un contrabajo. Me gustó ese sonido. Tomé el libro entre las manos y aspiré su olor, un olor viejo, a polvo y a recuerdos ya olvidados, como el de los libros que solía haber en casa de mi abuela. Sí, fue ella quien me compró aquel libro, hace ya varios años. “Tú me recuerdas mucho a Wendy”, me dijo. Pero a mí Wendy no me gustaba, porque crecía, y le dejaba solo a Peter. La abuela solía reírse cuando le decía esto. “Pero tú también crecerás”, respondía, y sonreía enigmáticamente. Y luego me guiñaba el ojo pícaramente y me decía: “¿Jugamos a cazar piratas?”
Abrí el libro con cuidado. Mi intención inicial era únicamente hojearlo, pero las palabras, embaucadoras, me atraparon como me habían atrapado muchos años atrás; y volví a viajar a Nunca Jamás, y a danzar con los indios, y a luchar contra el malvado Garfio, y a llorar cuando Peter descubre que Wendy (“¡Estúpida Wendy! ¿Por qué no te quedarías en Nunca Jamás?”), había crecido y ya no podría hacer las limpiezas de primavera nunca más.
Cuando acabé de leerlo me sentía desasosegada. Una nostalgia vaga empañaba mi espíritu, a la vez que comenzaba a surgir una voracidad creciente. Así, me vi en la necesidad de coger otro libro, y al acabar ese otro, y otro, y otro. Con cada libro viajaba a mil lugares distintos, conocía a cientos de personajes nuevos, y se me olvidaban todos mis problemas. Sí, investigué junto a Holmes y Watson; observé, desde uno de los balcones de Vetusta, los nítidos y blancos pies de la Regenta durante la procesión; yo también anhelé cazar a Mobby Dick, y me enamoré del señor Darcy; protegí a los niños entre el centeno y traté de evitar que el loco caballero embistiera contra los molinos...
Las palabras, como los tentáculos de un calamar, me asían, no me permitían escapar. Me hablaban de lugares maravillosos, de criaturas fantásticas, de personajes llenos de vida. Y allí estaba yo, curioseando en sus vidas, mera espectadora. Y sentía algo así como unas intensas ganas de gritar, de avisarles de los peligros que corrían (“¡Corre, niña de la capucha roja, corre, o el lobo llegará antes que tú a casa de la abuela!”), de explicarles que ya había descifrado el misterio, que todo saldría bien…Pero ellos no me oían, estaban sordos a mis palabras. Y me hacían reír a carcajadas, llorar como nunca lo había hecho antes, sufrir escalofríos de terror, sin ser ellos conscientes de nada. ¡Maravillosas palabras! Eran ellas las que movían los hilos de mis sentimientos, como si de una marioneta se tratara. Las que guiaban y conducían mi mente por recónditos abismos sin que mi cuerpo de moviera un ápice. Las que hacían que me temblaran las manos al pasar cada página. Las que me hacían querer más.
Y ahí estaba yo, en aquel barril de manzanas, aterrorizada, sin percatarme de que en realidad no pueden verme, cuando me rozaron el hombro.
El hechizo desapareció, se rompió el embrujo. Me encontré, sin saber muy bien cómo ni por qué, con un libro en las manos en aquella enorme estancia vacía, ahora en penumbra. ¿Cuántas horas habían pasado? ¿Cuántos libros había leído?
Abandoné la biblioteca sin saber discernir qué era lo real y qué lo ficticio, soñando despierta.
Fuera llovía a cántaros. Abrí el paraguas, y me embargó el desasosiego. Recordé con desazón el terrible día y todo lo que tenía que haber hecho y no hice. Y entonces me vino a la cabeza esa conversación, escuchada veladamente, a escondidas, dejada a medias. Y la excitación me recorrió de nuevo el cuerpo, y me cosquilleaban las puntas de los dedos, al pensar: “Mañana vuelvo…Mañana vuelvo”.

PREMIO GÓNGORA
1º PREMIO
AUTORA: MARÍA BEUNZA - 2º BACHILLERATO

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