RELATOS FANTÁSTICOS
NARRACIONES FINALISTAS:
ALEJANDRA GARAYALDE
Una herencia envenenada
La ventana
estaba abierta de par en par a pesar de que la había cerrado fuertemente antes
de ir a dormir. Con una manta tapándome el cuerpo, me levanté con la intención
de ir a cerrarla pero parecía que el vendaval de aquella noche quería
impedirlo. Con todas mis fuerzas tiré hasta que conseguí mi propósito.
Cuando volvía a
la cama, escuché un grito que heló mi sangre.
No sin mucho
miedo, avancé hacia la puerta. Al abrirla, miré hacia los lados, mas, la luz de
la vela que sujetaba no alcanzaba a iluminar gran parte del pasillo. Dudé en
qué dirección ir. No llevaba en esa casa un día entero, por lo que aún no me
manejaba bien en la enorme mansión.
La casa la había
heredado de un primo carnal al que había visto en contadas ocasiones. En su
testamento aseguraba que yo era su familiar más cercano, ya que no tenía ni
hermanos, ni hijos; y, a pesar de nuestro escaso trato, sentía un gran afecto
hacia mí. Aunque me llevé una gran sorpresa cuando me lo comunicaron, no fue
sino grata. Mi mujer había fallecido hacía poco y me encontraba en busca de una
nueva vivienda, pues la antigua solo me traía recuerdos de mi querida esposa.
Unos días más tarde, me dirigí al norte con la finalidad de visitar la mansión.
Nada más verla, me quedé prendado de ella y accedí a trasladarme en menos de
dos semanas.
Aún no había
decidido hacia dónde ir, cuando volví a oír el grito, esta vez seguido por unos
llantos. Provenían de la planta baja, más bien del salón de bailes. Esa habitación
no me gustaba, sentía algo fuera de lo normal.
Abrí la puerta
de aquella inmensa y sombría habitación. Un frío recorrió mi cuerpo, de la
cabeza a los pies. La luz que tenía no llegaba a todos los rincones y, antes de
darme la vuelta para marcharme, escuché el grito, proveniente de la misma
estancia en la que me encontraba.
Agarré un
candelabro y encendí las velas con ayuda de la mía. Me paseé por allí hasta que
vi una figura tirada en el suelo. A medida que me acercaba, me daba cuenta de
que ya la conocía.
Me arrodillé
junto a ella. La observé detenidamente mientras acariciaba su suave mejilla
izquierda. A pesar de la falta de luz, distinguía los rasgos que tantas veces
había visto a la perfección.
Su pelo castaño
lo tenía suelto y desaliñado y sus grandes ojos marrones reflejaban dolor, el
dolor que le causaba su enfermedad. De su nariz de patata salía un hilillo de
sangre y sus finos labios estaban secos como un desierto. No llevaba puesto uno
de sus elegantes vestidos, sino que un camisón blanco inmaculado le cubría el
delgado cuerpo.
-Ayúdame-gimió.
Se me llenaron
los ojos de lágrimas. Estaba reviviendo su muerte, el recuerdo más doloroso que
poseía.
-No puedo-se me
quebró la voz. Ella desapareció. Miré a mi alrededor. Necesitaba verla otra vez
aunque estuviera en ese estado.
Corrí fuera de
la sala pero no me esperaba lo que me encontré. Allí estaba ella, sujetando un
bebé en brazos. Me acerqué pero, otra vez, se desvaneció en el aire.
Más tarde, un
niño de unos cinco años apareció a lo alto de las escaleras.
-¡Papi!-
exclamó. Antes de empezar a subir, me di cuenta de que no tenía hijos, por
mucho que los deseara.
El niño pareció
leerme el pensamiento pues cambió de cara, de alegría a enfado, odio. Donde
estuvo el niño, solo había oscuridad de
nuevo.
Pensé que todo
había terminado, mas, sin esperarlo, la casa tembló. Caí al suelo y el
candelabro lo hizo también. Antes de que me diera cuenta, la alfombra ya había
comenzado a arder.
Alguien me llamó
desde lo alto de las escaleras.
-No me dejes
aquí- me rogó mi esposa.
Cuando me
levanté para salvarla, recordé que aquello no era real. Ella ya estaba muerta.
Corrí hacia la
puerta pero estaba cerrada a cal y canto.
-Quédate
conmigo, por favor- esta vez se encontraba junto a mí.
El humo que me
tragaba me hacía toser y cada vez me costaba más respirar.
-No puedo.
Ayúdame a salir, te lo ruego- le pedí.
El cuerpo de mi
mujer se transformó en el de mi primo.
-Es demasiado
tarde.
Le pegué un
puñetazo que no me dolió, pues mi mano había atravesado su cráneo. Mi primo
había desaparecido, lo que me daba tiempo para pensar qué hacer. Corrí hacia el
comedor y, con unas sillas, rompí una de las ventanas.
Salté por allí y
me alejé lo más rápido que mis cansadas piernas me permitían.
Una vez
consideré que estaba lo suficientemente lejos, me tiré a la hierba. Levanté la
cabeza y observé como la bella mansión ardía. Mientras observaba el cielo
nublado, escuché un grito desgarrador, como si lo hubiera emitido un espectro.
Queriendo estar
lo más lejos posible de allí, me encaminé hacia algún pueblo cercano y traté de
olvidar aquella espantosa noche.
GABRIELA
POMBO
DESEO REGRESAR
Todo el que
ha estado cerca de la muerte, querido nieto, ha podido estar al límite. En
algún momento de su vida se ha situado sobre la lúgubre frontera, que separa
eternamente la vida y la muerte.
Aquel 15 de
febrero de 2013, todos los rusos esperábamos ansiosos la llegada del Asteroide
2012 DA14, tal y como había anunciando la NASA.
Ese día todo
iba normal, era un día ordinario como cualquier otro. Moscú seguía su curso con
total tranquilidad. La gente caminaba por la calle con cierto paso acelerado
rumbo a trabajar, los autobuses escolares cumpliendo sus horarios…y yo, como
todas las mañanas fui a comprar el pan y alguna que otra cosa más, huevos, un
par de bombillas… A la hora del mediodía fui a visitar a tu abuela al hospital.
Como de costumbre, la enfermera nos interrumpió en una de nuestras
conversaciones para inyectarle el medicamento. Más tarde tomé un café con un
viejo amigo. De ahí en directo recogí a Nadia y a Vladimir, que me esperaban
sentados en la acera a la salida del cole. Las narices rojas del frio y las
piernas secas. Los llevé a merendar y a que entraran en calor. Después los
acerqué en coche a sus actividades extraescolares…fútbol y clase de pintura.
En ese
momento algo empezó a cambiar, ya no todo parecía ser un día corriente. Agarré mi
maletín, y con la angustia y una mala corazonada partí a trabajar. Algo me
decía que no, que no podía ir, que no fuera. Presentía que algo muy malo iba a
pasar. Al llegar al despacho, vi a un antiguo ex compañero de la NASA. Lo hice pasar y le invité a sentarse con un
caliente café. ¿Cuál podría ser el motivo de su aparición?… él era un hombre
inolvidable… de cara serena y delgaducha, unos ojos tan profundos y vivos de un
intenso color verde, más abajo su arrugada y
torcida nariz después del paso de los años…Le temblaban sus garrillas
como piernas, un honrado y muy inteligente personaje, había venido en busca de
mi ayuda…
-¿Qué es lo
que haces aquí? – Pregunté con cierto tono impertinente- después de tanto
tiempo sin saber nada de ti- le recriminé.
Entonces el
saltó- ¡deja de reprocharme tantas cosas siendo tú el único que nos
abandonó!-dijo él furioso gritando.
-no tienes
vergüenza, venir aquí solo para esto…-
-escúchame,
no vengo por ningún tipo de problema pasado, vengo porque necesito tu ayuda.
Hay un serio problema que podría afectar a toda Rusia. ¿Recuerdas aquel
meteorito con el que topamos por mera casualidad hace más de veinte años en
nuestros trabajos de investigación? Podía llegar a ser destructivo, ha llegado.
Está previsto que caiga a lo largo de la segunda quincena del mes de febrero.
No lo sabe nadie más que tú y yo. Y solo tú y yo tenemos la solución.-
-si esto no
es una broma, según los estudios ese meteorito esta cargado de potentes
elementos químicos y compuestos que según el impacto recibido podría ser una
mina de oro , valorada en millones de euros, o un gran explosivo que podría
afectar a medio occidente.-
-hay que
actuar, y cuanto antes, debemos estar…- y entonces se oyó un fuerte zumbido,
Moscú se quedó muda. Entre el segundo uno y dos, miré a la cara a mi amigo
Harry, entre el segundo 3 y 5, caí al suelo y vi un gran ventanal que caía
encima mío hecho pedacitos. Más tarde desperté en una habitación en la cama del
hospital. Ya no me acordaba de nada de lo que había pasado a partir del segundo
uno y dos. Me comunicaron que Harry había muerto. No supe cómo reaccionar,
tampoco estaba en condiciones de…el temor estaba dentro de mí todavía. Aún recuerdo su mirada de pavor que pedía ser
ayudado… por un instante llegué a morir en la cabina de la ambulancia.
En los
periódicos de aquella semana, notificaron la muerte de los cientos de
trabajadores de mi edificio. No sé como sobreviví pero aquí estoy. Tal vez
porque algo mucho más fuerte que esto venga detrás, tal vez alguien necesita
que yo esté aquí, que me reincorporé a la NASA y que trate de evitar una
catástrofe mundial…
Ciertamente,
no lo sé, el paso del tiempo y la rehabilitación física dictará el destino que
me repara.
Pero hijo,
aquí a mis sesenta y tres años, todavía no he conseguido recuperar la pierna
para poder reincorporarme al sistema operativo. ¿Y quién sabe?, tal vez dentro
de unos años por motivos de necesidad, tengo que dejar mi pierna atrás e
intentar reparar, aquello que no pudimos mi amigo y yo frenar en su día.
MARÍA GRANADOS
El curioso misterio de Nolan
Una sombra se sentó tranquilamente en el
sillón aparentemente duro pero familiar y mullido, como nuevo, para ella. Se
apreciaban sus lentos movimientos, el crujir de las hojas estremecidas bajo su
oxidada pluma y el peso de la tinta marcando de forma decisiva los amarillos
pergaminos.
<< Nolan era hombre de pocas
palabras, silencioso, de esos que inspiran respeto y temor. Sin amigos, pelo
negro cuidado pero escaso, ojillos inquietos y fríos, negros como dos pequeños
escarabajos incrustados que se separaban por una larga y afilada nariz, cuya
curva la hacía más semejante a un pico de algún ave rapaz. Esto y su cara
pálida y tersa le daban un aspecto inquietante. Combinado con su figura alta,
delgada pero sorprendentemente ágil y escurridiza, no es de extrañar las
leyendas y múltiples habladurías que su persona creaba a su paso.
Aquel día Nolan, vestido invariablemente
de negro, se encontraba sentado pacientemente en el sillón de fieltro rojo de
su carruaje. El traqueteo de este, el sonido de los cascos de los caballos, las
ruedas saltando a cada piedra del camino rural, los chillidos del látigo… su
vista se fijaba en las tierras y agricultores de las distintas granjas; pero su
pensamiento volaba lejos.
Hacía unos años un tal Hans, duque por
méritos, había aparecido en la comarca. Su ingenio y su esbelto cuerpo
asombraban a muchos. No era un hombre reconocido por su belleza, sino por su
gracia. Las jóvenes suspiraban a su paso, los pretendientes refunfuñaban. Así,
Hans se convirtió pronto en un tema del que hablar que rompiese con la
monotonía del trabajo. Rico, compró tierras, fincas y contrató agricultores.
Sus propiedades eran numerosas, pero su notable avaricia lo dejó medio
arruinado. Dejó de ser la novedad y sus supuestos amigos lo abandonaron al ver
que su fortuna descendía. Solo una mujer lo seguía cuidando y apoyando. Una
sencilla dama a la que se declaró nada más ver que era correspondido.
Al poco tiempo de casarse, cuando su amor
por ella era más loco aún que al conocerla, ella murió. Se volvió taciturno y
vendió sus propiedades, comprando en su lugar una casona vieja y destartalada
que arregló con sus propias manos.
Allí se instaló, roto de dolor, Nolan.
De repente el carruaje volcó en una curva
y Nolan salió despedido hacia el techo, rompiéndose su cabeza en el acto. La
sangre fluía empapando la estampa en la que aparecía una mujer sonriente, muy
bella.
Yo soy Nolan>>
Y se desvaneció en un humo negro plomizo,
espeso, entre gritos infernales que sonaban como el chillido de la tiza sobre
la pizarra, miles de uñas arañándola, negros y venenosos insectos zumbando.
¿Continuación?
-Deténgase.
-Demasiado tarde, Collins. Y demasiado
sobrenatural.
-Mire usted, inspector, la apariencia es
de ser un caso extremadamente difícil, pero, como decía Sherlock Holmes:
``Primero buscaré una salida humana y natural, ya que no puedo contra lo sobrenatural.´´
El inspector suspiró. ``Demasiado joven e
inexperto´´ pensó con un deje de admiración.
Collins no perdió el tiempo. Buscó
huellas, encontró hojas de pergamino por doquier, buscó pistas y a Nolan y
encontró una ventana abierta. El inspector lo veía moverse de un lado a otro y
negaba con la cabeza cada vez que encontraba algo, realizando una mueca
parecida a una sonrisa.
De repente, Collins ahogó un grito y
saltó por la ventana, dejando la boca abierta al inspector.
La persecución duró unas horas. El
policía seguía al detective cada vez más curioso y el inquieto e inteligente
detective perseguía los rastros de humo negro que se percibían en medio de la
noche.
Una oscura, tétrica y lúgubre mansión se
alzó súbitamente a los ojos del inspector. Intentó detener sin resultado al
joven acompañante, pero este no levantaba los ojos del suelo. El humo había
desaparecido tras la verja oxidada de entrada y él se encontró de repente, como
sacado de su ensimismamiento, en un cementerio que rodeaba la residencia. Había
ordenado y releído la historia de Nolan, y al verse tan cerca de la casona
mencionada se sintió desfallecer de miedo. Oía gritos y sonidos desagradables
por doquier, pero venciendo a su miedo o quizá a su sano juicio, se acercó a la
puerta y llamó.
-¿Quién es usted?
-De…de…de la poli…de…tec…ti…ve…
-¿Y quién usted?-dijo mirándole fijamente
el inspector. Había cruzado el cementerio con paso firme al ver a Collins tocar
a la gigantesca puerta.
-Soy Frederick Nolan, hijo de Johannes
Nolan y Margareth.
-¿Qué hacía en la finca de…
-Antes era de mi padre y se dejó allí
unas cosas que quise recuperar.
-Sin pedirlas antes. Eso es robo.
-Klaus, amigo íntimo de mi padre, lo
abandonó como muchos otros al empobrecer. Por haberle servido bien una vez no
quise denunciarlo cuando robó su sillón y su escritorio al morir este.
-Tendrá que explicar eso ante el juez-
intervino por primera vez Collins.
-No, déjalo. Pero solo por curiosidad,
¿de dónde consiguió el humo y los gritos?
-De una grabación y…
-¿Frederick? ¿Quién está en la
puerta? ¿Con quién hablas?
MARÍA RUIZ AZPIROZ
Madame
LaLaurie
Todo el mundo en Nueva Orleans ha oído hablar de Madama
LaLaurie. Incluso ahora, mucho tiempo después del incidente, la gente cruza a
la otra acera en Royal Street para no pasar por delante de su casa. Hay criadas
negras que no pisan ni la calle. La casa está encantada, dicen. Lo que no todos
saben es porqué.
Habría que empezar explicando que el fuego que descubrió el
secreto de Madame LaLaurie no fue un accidente ni una coincidencia ni una
casualidad. Todo lo contrario, en realidad. Muchos esclavos (negros, por
supuesto) lo veían venir. También conocían lo que, desde hacía tiempo, ocurría
en LaLaurie Manor; pero, a ellos, ¿quién les iba a escuchar?
Dadas las circunstancias, decidieron solucionar ellos mismos
el problema. Y en cuanto corrió la voz de que la hija de KhaeKhaen había
desaparecido, ninguno tuvo duda de que era el momento. Sabían que pronto todo
iba a terminar…
Delphine LaLaurie (nacida McCarthy) podía considerarse el centro de la vida social en
Nueva Orleans, no había fiesta a la que no acudiese. Y fue en uno de esos
eventos donde se encontraba aquella fatídica noche. Que decir tiene que, cuando
se le acercó un policía en casa de los Martin no podía ni imaginarse la que le
caía encima. Apenas tardó unos segundos en interiorizar lo que el joven oficial
le dijo, lo que conllevaría, y en salir corriendo por la puerta. Sin embargo,
sabía que corría en vano. Sabía que todo estaba perdido…
En el otro lado de la ciudad, KhaeKhaen volvía a guardar los
huesos en el saquito de tela donde estaban antes. No estaba contenta. Había
leído primero las cartas, y al no recibir la respuesta deseada, decidió volver
a intentar de la forma más directa. Lentamente, se quitó el collar que la
identificaba como Reina Voodoo y recogió sus cosas. Apagó el fuego, del que
sacó una pequeña muñeca de trapo misteriosamente intacta a pesar de las llamas,
y lanzó una plegaria por el espíritu de su hija. Sabía lo que tenía que hacer…
Esa semana hubo mucho ajetreo en Royal Street. Cuando se
divulgó la noticia, la gente no lo creyó. Hubo muchos que se acercaron para
verlo con sus propios ojos. A los más sensibles, les bastó con ver a la policía
cavando en el jardín; los más morbosos insistieron en ver la habitación.
Después de esto nadie volvió a ver a Madama LaLaurie. Huyó a
París dicen los blancos. Pero ellos nos encontraron, ni encontrarán,
explicación a los gritos que se oyen a veces provenientes de la mansión. Ni a
la sangre que, por mucho que se frote o se intente cubrir con pintura,
permanece en las paredes. Tampoco encontraron explicación al cadáver de una
joven que, a pesar del estado de la habitación y del resto de los muertos,
tenía los cabellos trenzados con flores.
Ha recibido su merecido, dicen los negros. Ellos creen que,
en el mismo lugar en el que ella torturaba a sus esclavos, está pagando por sus
actos. Y es que, KhaeKhaen significa venganza.
MARÍA ROMAY
“LOS TRICKENS”
Hace un milenio, en una ciudad de Inglaterra una
niña de unos seis años de edad, llamada Ann, jugaba en su cuarto con unas
pequeñas figuras que su padre, soldado, le había traído de un pequeño pueblo de
Holanda. Las figuras venían dentro de una caja roja con unas letras verdes que
decían así: “al abrir esta caja, entrarás en nuevo mundo del que nunca más
podrás salir” y sobre esta frase había un nombre en holandés: “Trickens”. Ann,
que apenas sabía leer, abrió la caja sin preocuparse de lo que podría suceder.
Desde ese momento, y aunque ella no lo sabía, entró
en el mundo de los “Trickens”; un mundo verde
con olor a hierba del queno podría escapar.
Los “Trickens” eran, según la mitología
holandesa, una especie de seres fantásticos, bajitos, con el pelo rojizo,
rostro alargado, mejillas sonrojadas y labios carnosos. Solían vestir con
colores verdosos para poder camuflarse entre los árboles. Eran alegres,
divertidos y les encantaba recoger flores y frutas. Pero tras sus perfectos
rasgos físicos y su encantadora forma de ser escondían un temible secreto. Ann
estaba apunto de descubrirlo.
Una noche de verano estaba intentando dormir en
su cama. Cerró los ojos, intentó dormirse pero no podía y los volvió a abrir.
Al hacerlo, no estaba en su habitación sino en una aldea rodeada de árboles.
Unos seres pequeños correteaban a su alrededor emitiendo unos ruidos muy
agudos. Empezaron a acercarse más y más hasta que la niña quedó rodeada por un
centenar de ellos. Se acercaron todavía más hasta que la aplastaron sin casi
dejarle respirar. Entonces empezó a sentir pequeños mordiscos en su cuerpo y
continuaron mordiendo su pequeño cuerpo hasta que casi se desmayó de dolor.
Entonces, pegó un grito y apareció de nuevo en su habitación, sana y salva,
como si nada hubiese pasado.
Durante ese año estuvo soñando todas las noches
lo mismo. Esos seres, que más tarde averiguó que se eran los mismos que los de
la caja roja (“Los Trickens”), mordían la piel de su cuerpo poco a poco, hasta
que en uno de esos encuentros ya no les quedaba piel con la que alimentarse y
dejaron de morderle. Se despertó. Pegó un grito de dolor. No tenía casi piel.
Su pequeño cuerpo estaba en carne viva. Al llegar sus padres la encontraron
inconsciente. Rápidamente la llevaron, envuelta en mantas, al centro médico más
cercano donde le atendieron durante varios meses.
Al volver a casa decidió desprenderse de la caja
roja. Su padre la llevó otra vez a Holanda para devolverla a la tienda donde la
había comprado.
Pasaron los años, muchos años. Una mañana de
otoño un padre entró con su hija a una tienda de juguetes muy conocida de un
pueblo de Holanda. Pasaron un buen rato allí, hasta que la niña se decidió por
una preciosa caja roja sobre la cual con letras verdes estaba escrito:”al abrir
esta caja entrarás…” y sobre esta frase un nombre: “Trickens”.