miércoles, 1 de diciembre de 2010

MENCIÓN GÓNGORA - ANA RUBIO

CANTANDO

Aquella conversación me sorprendió mucho y sigo pensando en ella. Es curioso como un simple desconocido, con unas pocas palabras, puede plantearte un cambio de vida; rápido, silencioso, indoloro. Por ello me despierto cada día con un mismo objetivo: volver a cruzarme con él, agradecerle aquellos consejos en el momento más adecuado, pero, sobre todo, felicitarle por tantos éxitos. Éxitos muchas veces soñados, que si por él no fuera nunca hubiera logrado…

Yo tenía una vida normal. Ni más ni menos divertida, ni aburrida. Una vida corriente, con unos pocos buenos amigos y muchos conocidos, con estudios y una familia agradable.
Al fin y al cabo, nunca nos sentimos llenos con lo que tenemos.

Un jueves cualquiera, volvía tarde a casa de la biblioteca e iba ojeando un libro, con unos pajarillos en la portada. Se me resbaló de entre las manos y un hombre lo recogió. Parecía bastante abandonado y las arrugas le recorrían el rostro. Su mirada, que una vez había sido joven y soñadora, dejaba ahora entrever una honda tristeza; quizá debido a todas las ilusiones rotas. Le agradecí el detalle y tuve que hacer un gran esfuerzo por escuchar la respuesta. Cualquiera hubiera pensado que el pobre hombre estaba afónico, pero aquella voz no podía ser una simple huella del frío o de la vida en la calle. Esa voz estaba rasgada, rota, desgarrada. Dolía solo de oírla…
El desconocido señaló los pajarillos.
– Cantan – dijo.
– Sí. – Asentí. No sabía si era una pregunta o una afirmación, así que me limité a sonreír.
– Puede…Puede que… – Tosió. No le salía la voz. – Puede que no sepamos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Pero también es cierto que no sabemos lo que nos hemos estado perdiendo hasta que llega.

El hombre volvió a toser. Se acomodó en el banco y se tapó con la manta, dando por finalizada la conversación.

Al principio me sorprendió. Me dejó bastante parada, pero, de todas formas, había sido un momento gracioso.

Fue a medida que los días se iban convirtiendo en semanas, cuando me acordé de aquella conversación. Le empecé a dar importancia, aunque fuera un mínimo valor.
Y pensé. Pensé hasta que me dolió la cabeza…y las uñas de los pies.

Dicen que se puede besar con los ojos y hablar con el alma. Que una mirada vale más que mil palabras. Que las acciones demuestran los hechos. Aun así, es por muchas otras razones por las que me decidí a cantar. Cantando, uno puede inventar sentimientos. Unas pocas palabras cambiadas de ritmo pueden hacerte reír o hacerte llorar; hacerte querer o hacerte odiar; hacerte gritar o saltar…o incluso todas ellas a la vez. Consiste en compartir. Compartir sentimientos.
Yo comparto lo que aquel hombre me dijo. Subiéndome a un escenario, al alcance de todos y la opinión de cualquiera, pero haciendo algo que llena. Llena de vida.

Hay que aprovechar las oportunidades, porque no sabemos lo que nos perdemos.

Yo ahora lo se, y se lo agradezco cantando.

MENCIÓN GÓNGORA
AUTORA – ANA RUBIO 1º BACHILLERATO

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